En 1932, el Teatro del Pueblo llevó a escena 300 millones, primer texto dramático de Roberto Arlt. El autor de Los siete locos lo escribió a pedido de Leónidas Barletta, fundador de uno de los principales grupos del Teatro Independiente. ¿Fue un éxito? Por supuesto. Pero no sólo eso. Se convirtió en una de las obras teatrales más interpretadas en la historia del teatro argentino.
A través de un texto híbrido que cuenta una historia sencilla, Arlt pone el foco en un personaje del margen y lo enfrenta a su penoso destino. ¿Con qué herramientas cuenta una trabajadora doméstica de principios del siglo XX para salir airosa en un contexto sin derechos laborales? Pareciera que con muy pocas.
Sin embargo, no importa. El conflicto planteado echa a correr igual la pelota. Y Barletta hace brillar su dramaturgia como nadie, quizá porque ésta se emparenta mágicamente con los principios del inicial Teatro Independiente de los años treinta.
¿Qué crítica realiza Arlt con esta obra teatral? ¿Qué circunstancias de la vida cotidiana de aquellas primeras décadas deja al descubierto al contar la historia de Sofía? Pareciera que muchas y complejas. Algunas, increíbles. Otras, difíciles de digerir. Lo cierto es que, para comprender del todo el valor de 300 millones, resulta ineludible viajar en el tiempo. ¿Con qué objeto? Saber cómo era la vida de las empleadas domésticas iguales a la protagonista, antes de la sanción de los derechos laborales en los años cuarenta.
El acercamiento de Roberto Arlt al Teatro Independiente
En el tiempo en que Arlt decidió escribir para el Teatro del Pueblo, algunos cambios estaban ocurriendo dentro del campo teatral nacional. Muchos de ellos tuvieron relación con la inmigración de principios del siglo XX, que trajo consigo nuevas formas de ver el mundo. ¿De qué modo se vincularon unos con otras? Estas ideologías invadieron espacios y generaron así innovadoras maneras de hacer cultura.
En el ámbito del teatro, se originó el Teatro Independiente, un movimiento heterogéneo que se distanció del teatro comercial y del teatro oficial en varios aspectos. ¿El más importante? Consideraba al teatro como un instrumento para cambiar la sociedad y darle dignidad.
¿Se trató de un objetivo un tanto mesiánico? Podría considerarse que sí. Pero aún así, no dejó de ser un aporte a lo que vendría después, en términos políticos. Los distintos grupos que conformaron el movimiento, y en especial el grupo de Barletta, se pusieron como objetivo fundamental llevar el teatro a las masas. Para ello, necesitaban ser independientes. ¿De qué? Del empresariado y de la infraestructura de la industria de la escena comercial.
También de cualquier sujeción especulativa. Era lógico. Y lo expresaron a viva voz —Teatro del Pueblo lo afirmó incluso en su estatuto—. Pero, en el fondo, era sabido que el movimiento estaba influenciado por ideas de la izquierda. Leónidas Barletta, de hecho, provenía del Partido Comunista.
A esa cruzada se sumó Roberto Arlt. Luego de 300 millones, muchas de sus obras serían interpretadas por aquel grupo que marcó la historia del Teatro Independiente. Saverio, el cruel y La isla desierta fueron algunas de ellas. ¿Las razones de esta sólida sociedad entre el novelista y el fundador del grupo? Al menos una: ambos creían que era necesario superar cuanto antes las injusticias sociales y la inequeidad.
Una trama onírica con crítica social
¿Qué haría alguien si, de pronto, le cayera del cielo una herencia de 300 millones? ¿Comprar cosas? ¿Irse de viaje? ¿Dejar su trabajo? Todo esto es lo que piensa Sofía, una trabajadora que intenta escapar de su dura realidad a través de la invención de personajes oníricos que le traen como gran noticia una herencia millonaria. Se trata de una forma de evadir su condición y su destino.
Es Rocambole —personaje literario creado por Pierre Alexis Ponson du Terrail en el siglo XIX—quien le da la buena nueva. Este acontecimiento excepcional funciona como disparador de la trama. A partir de allí, Sofía habita numerosas escenas junto con personajes provenientes de la literatura, el cine, el teatro, la fantasía. En cada hueco de la dramaturgia la esperan la Duquesa de Chamery, Genoveva de Brabante —heroína de una leyenda medieval—, la Cenicienta, u otros más, para generar junto con ella una nueva situación, casi siempre absurda o forzada.
El imaginario que da lugar a los extraños personajes que irrumpen en la habitación de la protagonista, proviene de la lectura de folletines y revistas. No es casual ni arbitrario. Ese es el tipo de lectura de la clase obrera: textos simples, de fácil comprensión —aptos para personas apenas alfabetizadas—, cargados de emociones universales. El tipo de historias que cualquier trabajador o trabajadora podría comprender y hacer suyo.
¿Se trata de una dramaturgia realista? Sí, pero sólo en parte. Su carácter híbrido la entrecruza con el expresionismo y también con el teatro de personajes autónomos de Pirandello —algo así como “teatro dentro del teatro”, ya que Sofía actúa como directora de los personajes que imagina, al manejarlos como desea—. Pero, más allá de las formas que adopta la obra, el trasfondo resulta revelador. Lo que le da dinámica a la historia es el vaivén trágico entre realidad y ensoñación de la trabajadora doméstica, que se encuentra inmersa en un contexto social miserable.
Con estos recursos, Arlt inaugura tres zonas en las cuales transcurre la acción:
- La astral, que no es más que el espacio donde las personas en general —y la protagonista en particular— fabrican los fantasmas —los personajes provenientes de otros textos— que las asedian.
- La realidad social de Sofía como trabajadora doméstica —con todo lo que ello implica—.
- Las ensoñaciones, que funcionan como puente entre las dos primeras zonas.
La calidad de soñadora de Sofía la equipara con el Don Quijote de Cervantes. Ambos deciden soñar, antes que aceptar la realidad que los aplasta. ¿Qué más le quedaba a una trabajadora como ella? El servicio doméstico, por aquel entonces, era un ámbito complejo de relaciones. La gran mayoría trabajaba “cama adentro”, lo que generaba que la disponibilidad fuera permanente y las jornadas, extenuantes. Además, el rol indicaba inferioridad y se lo vinculaba con modos preexistentes de servidumbre. Recién en 1947, las trabajadoras domésticas podrían acceder al salario anual complementario. A las vacaciones pagas, en 1949. Faltaba una vida.
Por ello, luego de transitar numerosas escenas junto a otrxs, Sofía termina por rendirse ante lo inevitable: sus sueños son, en realidad, una pesadilla porque pese a todo, no ha abandonado su lugar de oprimida. El hijo de sus empleadores irrumpe de manera violenta, para dejarla sola, otra vez, frente a su tragedia. Ya no hay cuento feliz, ni galán ni dinero. Se encuentra en una situación de vulnerabilidad —está claro— y no hay fantasía que modifique su realidad social. Es allí donde reside la tesis del dramaturgo: la injusticia es más fuerte que cualquier compensación imaginaria.
Pero, por suerte, Arlt busca ir más allá de esta conclusión para nada alentadora. Quiere incitar al público —sí, porque ese teatro le hablaba a las masas y no a la clase privilegiada— a que se compadezca del destino de Sofía, como lo hace Rocambole al final del tercer acto. Y, al parecer, lo logra:
“El estreno, las representaciones (…), me han convencido de que si técnicamente no he construido una obra perfecta, la dosis de humanidad y piedad que hay en ella llega al público y lo conmueve por la pureza de su intención”.
Roberto Arlt
Quizá esa intención suya tiene que ver con el origen de la pieza, vinculada con una noticia policial de la época. En ella, se informaba sobre una trabajadora española que se arrojó bajo las ruedas del tranvía a las cinco de la madrugada y que olvidó apagar la luz de su cuarto. 300 millones no es más que una hipótesis de Roberto Arlt sobre lo que pudo haber hecho o pensado aquella mujer inmigrante durante esa noche.
La obra completa parece responder al interrogante. Quizá por ello es considerada un clásico de la escena nacional. Como texto ha sido capaz de hacer una profunda crítica social y mantenerse vigente —lamentablemente, eso sí— a pesar del paso del tiempo.
Sin dudas, 300 millones es una ventana abierta al pasado. A un tiempo en el que los derechos eran casi inexistentes para las mujeres pobres, obligadas a formar parte del servicio de las familias más favorecidas de las grandes ciudades. Jóvenes menores de veinte años —a veces, casi niñas— que vivían la opresion a diario, sin esperanzas, incrédulas de los sueños intrusivos. Inmersas en una pesadilla cuya salida, a veces, parecía ser sólo la muerte. O, tal vez, la locura. Con suerte.