Eso fue rupturista. Nunca antes un producto audiovisual había puesto como protagonistas a mujeres profesionales, exitosas e independientes que no dudaban casi nunca en sentirse libres a la hora de amar y divertirse. Y el público pronto lo agradeció cada semana.
Algunos programas de TV habían hecho el intento antes. Es cierto, pero con ciertas limitaciones. Dinastía en los años ochenta y Melrose Place y Beverly Hills 90210 en los noventa, incluyeron protagonistas femeninas que no respondían al modelo conservador que se repetía hasta el hartazgo. Krystle Carrington, Allison Parker y Kelly Taylor eran heroínas con numerosas relaciones sexo-afectivas, pero heroínas al fin y al cabo.
Estas series norteamericanas, en cierto sentido, estaban emparentadas con la telenovela latinoamericana. Evidenciaban cierto maniqueísmo que dividía a sus personajes en buenos y malos. Y en esa fórmula, la promiscuidad —parecía el término apropiado en ese entonces— aparecía como característica exclusiva de las villanas.
Por esa razón, para que Krystle, Allison y Kelly cabieran en el molde conservador, sus relaciones debieron ser enmarcadas en un romanticismo al que se le veían los hilos. Ese recurso justificaba —y daba sentido— su lugar central en la historia. Podían ser heroínas incluso si sus vínculos eran numerosos o prohibidos siempre y cuando un matiz romantizador interviniera en la trama.
En Sex and the city la cuestión era diferente. Ni Carrie Bradshaw ni sus amigas justificaban sus aventuras sexuales con la idea del amor romántico. Además, si bien sus conflictos principales tenían que ver con los vínculos sexo-efectivos —algo recurrente en los personajes femeninos—, parte importante de la serie estaba dedicada también a la amistad entre mujeres, el desarrollo económico, la moda o la competencia profesional.
Prueba de ello es que el relato en primera persona por parte de Carrie Bradshaw —alter ego de su creadora, Candace Bushnell— y que llevaba adelante la trama, daba cuenta de su carrera como escritora en primer plano, la cual creció a la par de las temporadas.
Más allá de la importancia de los hombres que las acompañaban —Big, Aidan, Steve o Richard, entre otros—, nadie desconocía la ocupación de las protagonistas. ¿Por qué? Precisamente porque sus profesiones no eran un elemento complementario o sin importancia.
La cuatro neoyorkinas eran mujeres autosuficientes en lo económico que no vacilaban en buscar lo que deseaban sin sentirse condicionadas por nada externo al amor o al placer que las guiaba. Eran mujeres deseantes que se enamoraban, pero que también dejaban espacio al goce sin sentir que debían pedir permiso o disculpas por ello. Y eso convertió a Sex and the city en una serie fuera de serie.
Sex and the city: una invitación a explorar los vínculos sexo-afectivos
Por aquellos años, quienes seguían la serie, solían debatir con cuál de las cuatro protagonistas se sentían identificadas. Había para todos los gustos.
- Charlotte aportaba el matiz conservador. Su búsqueda final era a todas luces la familia, de manera obsesiva.
- En el otro espectro se encontraba Samantha, una publicista avasallante cuyo mayor interés se vinculaba con la búsqueda de placer, sin culpas ni contradicciones.
- Miranda, en cambio, era una abogada estructurada y segura que priorizaba su desarrollo profesional por sobre cualquier otra cosa.
- En medio de este trío aparecía Carrie Bradshaw, una amante de la moda que escribía una columna sobre sus andanzas sexo-afectivas en el diario ficticio The New York Star.
Si bien Samantha solía ser una de las preferidas por su desparpajo, Bradshaw se llevaba todas las miradas. Quizá era la contradicción que la dominaba —que la llevaba a oscilar entre romper con los mandatos maritales o construir un vínculo singular— lo que la convertían en la elegida.
Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda conversan sobre las clases sociales. Fuente: Enrique Flores.
En gran medida, la audiencia se definía como una suerte de sosías de Carrie. Probablemente porque a los veintipico se encontraban tan confundidas como ella. El problema era que Carrie Bradshaw tenía casi treinta y cinco, por lo que sus actitudes, por momentos, parecían evidenciar toxicidad más que independencia. Pero como en esa época estas conductas estaban normalizadas, que una mujer soltera mayor de treinta fuera exitosa y atractiva, era razón suficiente para querer ser como ella sin importar nada más.
Carrie Bradshaw, ¿un personaje para normalizar los vínculos tóxicos?
Mirar la serie en su época y no muchos años después, incide en el juicio que se puede hacer de la protagonista de Sex and the city. Si en su momento Carrie podía ser vista por casi todas las fanáticas como el modelo a alcanzar y Mister Big —el empresario inestable que la abandonaba sistemáticamente— como el hombre ideal, pasados los años resultaba inevitable que la fórmula se desdibujara.
Carrie Bradshaw, además de ser la obsesiva novia o ex novia de Big, también fue la confundida mujer que desorientaba al paciente Aidan, quien sin ser el personaje principal masculino también se llevaba el agrado de buena parte de la audiencia mientras Bradshaw su desaprobación al no retribuir en igual medida.
El paso del tiempo también reveló otros defectos que dejaban al descubierto a la protagonista y que explican hoy las razones por las cuales sus vínculos no terminaban del todo bien. Y es que, después de todo, su fijación en el amor romántico como único destino posible era tan fuerte como la que evidenciaba Charlotte.
¿Cuál era la diferencia entre ellas? La honestidad con la que aceptaban sus deseos. Carrie no era del todo consciente aunque no lo demostrara de manera abierta. También sus recurrentes prejuicios acerca de la libertad con la que se movía Samantha dejaban al descubierto cierta hipocresía, que contrarrestaba con la comprensión que la publicista le brindaba como amiga.
Los años y los cambios sociales mostraron a la protagonista de Sex and the city bajo una luz nueva, una lupa de la cual no pudo esconderse. Carrie, en realidad, podía ser contradictoria, dependiente emocionalmente y sumisa hasta la médula.
Quizá era presa de la cultura, dirá algunx. Puede que sí. Porque, aunque la serie intentaba reflejar mujeres libres, su desenlace reproducía las mismas ideas hegemónicas acerca del amor de antes. Por eso Carrie Bradshaw decidió quedarse con Big y no con Aidan. No había otra razón más que continuar adoctrinando. Y en eso, no había nada de rupturista ni revelador.
¿Queremos ser Carrie Bradshaw?
Repasar Sex and the city después de un par de décadas, trastoca el rol de Carrie Bradshaw como heroína y deja abiertas muchas preguntas. Quizá porque las mismas que deseaban ser como ella hoy se horrorizan ante algunas de sus conductas o pensamientos. Y si bien esta postura tiene argumentos, el cuadro no está completo si no rescatamos de esta serie su gran aporte. Aunque hoy no parezca tan evidente, Sex and the city contribuyó a desarticular la idea de la soltería como un destino temible y no deseado.
La solterona ha sido una figura recurrente y también negativa de la cultura occidental. En las postrimerías del siglo XIX, George Gissing escribió el libro Mujeres singulares, el cual contenía un concepto que sería rescatado más adelante. En esta novela hablaba de las mujeres que, por razones demográficas o de clase, quedaban condenadas a una vida solitaria, sin marido ni hijos. Dicha condición estaba enlazada a la idea de desgracia en el contexto de la Inglaterra victoriana.
Esto llamó la atención de Vivian Gornick quien, a finales del siglo XX, retomó la idea y la trastocó. Decidió asumir esa soledad como elección desde la escritura y centrar su vida en el desarrollo intelectual, dejando en segundo plano cualquier relación sexo-afectiva. Revirtió el sentido de la soltería y la transformó en un arma contra el sistema.
Las cuatro neoyorkinas no siguieron el camino de Gornick ni se embanderaron en la profundidad del aporte que la escritora hizo al feminismo de fin de siglo. Es cierto. Pero su irrupción en la televisión mundial significó repensar el lugar de la mujer soltera desde un lugar menos despectivo y más realista, sin toda la parafernalia del amor romántico. Sin estigmatizaciones.
Aún con sus limitaciones, Carrie, Charlotte, Miranda y Samantha eran profesionales, atractivas y autosuficiente en lo económico. Eran dueñas de sus vidas. O, al menos, lo intentaban. Pese a todo, los treinta y pico pintaban, desde la mirada de Sex and the city, como una buena época aunque no se hubieran cumplido los mandatos de la cultura dominante.
Con seguridad, la clave de su éxito fue mostrarle a su audiencia que se podía ser «soltera y fabulosa» al mismo tiempo. Había una heroína dispuesto a mostrarlo en la TV por primera vez. Quedaba mucho por delante. Pero no era poca cosa.