En mayo de 1985 se estrenó Esperando la carroza, película dirigida por Alejandro Doria. Aunque contaba con la actuación de figuras convocantes —el caso de China Zorrilla y Antonio Gasalla, entre otras— generó un éxito moderado y demasiadas críticas. Por suerte, tuvo su revancha, años después. El paso del tiempo permitió su revalorización, lo que la convirtió en un clásico del cine nacional.
Cada vez que es transmitida por TV, marca números importantes de rating, como si se tratara de un estreno esperado. Frases del guion se volvieron populares e invadieron las conversaciones cotidianas para hacer referencia con humor a cuestiones triviales. También, y sobre todo, penetraron en la cultura digital de los memes, capturando así a una audiencia joven que ni siquiera había nacido cuando el film fue lanzado.
¿Por qué ocurrió esto? ¿Cómo logró transformarse en una historia referencial con el pasar de las décadas, con un inicio tibio en recaudación y con detractores que la consideraron una película exagerada, con gritos y crispación por demás?
Las razones pueden ser muchas. Contó con actores talentosos y reconocidos por el público, un guion bien estructurado que llegó a ganar el premio Argentores y un director ya consagrado gracias a la multipremiada Darse cuenta, película del año anterior.
Resulta indudable que estos elementos contribuyeron a que la historia fuera reivindicada con el tiempo. Pero también es cierto que Esperando la carroza termina por convencer por otras razones menos evidentes. Quizá la más importante de ellas es que logra brindar un espejo veraz y cruel sobre la identidad nacional, reflejo del cual es difícil escapar.
La historia que Doria quiso contar
Con excepción de sus fanáticxs, son muchxs lxs que desconocen que Esperando la carroza fue, en primera instancia, una obra teatral. La escribió el reconocido dramaturgo uruguayo Jacobo Langsner en 1962. Por aquellos años, el estreno de la pieza desató un escándalo. Pese a ello, volvió a llevarse a escena en la década siguiente y también en España, cuando el autor se mudó en 1975.
¿Por qué Doria quiso llevar a la pantalla grande esta historia? Quizá porque ya había reparado en ella en el pasado, cuando realizó una adaptación para la TV en 1972 con relativo éxito. Y también porque el reconocimiento de Darse cuenta le dio el respaldo que necesitaba para animarse a convertir al texto dramático en un filme.
“Pensé que era útil hacer una película que hablara de cosas muy serias en un tono de humor, en un grotesco”.
Alejandro Doria.
La crítica que recibió sobre su versión cercana al grotesto señalaba, en realidad, su método para realizar la adaptación al lenguaje cinematográfico. Doria creía que cuanto más gritada, más divertida sería la historia, aunque en ella estuviera retratando una aparente tragedia familiar. Por los resultados, pareciera que no se equivocó en su diagnóstico. Pero eso sí, debió esperar varios años para confirmarlo.
¿Qué historia cuenta Esperando la carroza? Al igual que la original, el primer disparador de la acción es la desaparición de Mamá Cora de la casa de Jorge, uno de sus hijos. Al revuelo inicial y las acusaciones entre hermanos y cuñadas por la huída de la anciana, le sigue luego un plan algo desordenado para encontrarla.
Pero poco pueden hacer un domingo de verano los Musicardi. Mientras los hijos realizan la denuncia policial y recorren, desesperados, los hogares de otros parientes en una ciudad desierta, las cuñadas esperan la llegada de novedades. Este tiempo muerto da lugar a reproches y chismes del pasado, que con el correr de las horas terminan por revelar que la casa donde vive Sergio —otro de los hijos—, en realidad, es propiedad de Mamá Cora.
Una llamada telefónica proveniente de la comisaría es el segundo disparador de la trama. La tragedia parece haber tocado a la puerta de la familia: una anciana se arrojó a las vías del tren y deben acercarse a la morgue para reconocerla.
Luego de confirmar que se trata de Mamá Cora —creen reconocerla por sus zapatos—, comienza la organización del velatorio en la casa de Sergio. Parientes, vecinos y amigos invaden el lugar, lamentándose no sólo por la muerte de la mujer, sino también porque fue ella misma la que decidió ese final.
¿Por qué la culpa y el remordimiento —propios y ajenos— forman parte de los discursos que sostienen los hijos y sus esposas en esta secuencia, cuando creen que está muerta la anciana? En el fondo, aquel acontecimiento extraordinario deja en evidencia la indiferencia, el desamor y la crueldad con los que la han tratado durante largo tiempo.
«Creo que el personaje de Mamá Cora es un poco símbolo de la vejez. De lo solos que, a veces, se quedan los viejos».
Alejandro Doria.
Para hacer digerible este aspecto de la historia, el director toma dos decisiones fundamentales:
- Elige a Antonio Gasalla, un hombre de unos cuarenta años y actor muy reconocido ya por aquel entonces, para interpretar a Mamá Cora, en lugar de una actriz de edad similar al personaje.
- Y, a diferencia de cómo se desarrolla en la obra teatral, decide que el público sepa todo el tiempo que se trata de una equivocación y que la anciana está, en realidad, en la casa de enfrente, sana y salva.
Al integrar al relato el punto de vista de Mamá Cora —no sólo al dar cuenta de su presencia en otro lugar, sino al permitirle poner en palabra su versión de la historia familiar en una especie de monólogo—, hace cómplice a la audiencia. De este modo logra algo que, a priori, pareciera imposible: que una situación trágica sea percibida como una virtual escena humorística que expone las miserias de los personajes y, como un espejo, también las del público.
Esperando la carroza: identidades culturales e historia política
Los Musicardi se parecen a su audiencia. Con un padre alcohólico ya fallecido, una madre viuda que vive con uno de sus hijos en un cuartito, cuatro hermanos con rivalidades y situaciones económicas diferentes, y algunos pocos nietos, son el retrato de la típica familia argentina, sobre todo de esa época.
Aunque la pieza original fue escrita en los años sesenta, y su autor era de nacionalidad uruguaya, resulta evidente que destaca rasgos de una idiosincrasia propia del Río de la Plata —Langsner vivió en Buenos Aires desde 1958—. Una singularidad colectiva que persistía, que no se ha desdibujado del todo y que responde a la coyuntura política de las últimas décadas.
¿Quiénes son los Musicardi? Constituyen una familia de origen humilde, con una madre que, a esta altura, supera los ochenta años y sufre los achaques (físicos y mentales) lógicos de la edad. Esto no deja de ser un dato menor. Por el contrario, es un factor de discusión entre los hermanos. Todos se disputan la chance de no hacerse responsables de las necesidades de una persona de la tercera edad, aunque ésta sea su madre.
Como si actuaran como pistas acerca del contexto en el que se narra la historia, cada uno de aquellos se configura de manera marcada:
- Jorge es quien ampara a Mamá Cora, pese a los reclamos de su esposa, la cual divide como puede sus esfuerzos por cuidar a la anciana y a su hija de meses al mismo tiempo. Esta rama de la familia es la que menos ha avanzado en términos económicos.
- Sergio, en cambio, parece haber ascendido un poco en la escala social. Eso sí, no por su trabajo sino al tomar como propios los bienes de su madre, que incluyen vivienda y muebles.
- Antonio es presentado como el adinerado de la familia. Exhibe su fortuna sin remordimientos y no esconde su cercanía con las fuerzas de seguridad. Esta situación, con el reciente advenimiento de la democracia, refleja los puntos de contacto entre la dictadura militar y el capital financiero, el cual se benefició con la política económica. Como un detalle, en una secuencia del film, una calcomanía pegada en su Renault Fuego reza: “Usted tiene derecho a vivir en libertad”. No es casualidad. Éste era uno de los lemas del gobierno de facto de los años setenta. Un concepto al que recurre la ultraderecha cada vez que puede.
- Emilia, la mayor de todxs, es quien parece sufrir más la miseria. Vive en una vivienda precaria y se gana la vida lavando la ropa de otros. Pero, pese a su circunstancia, no recibe ayuda del resto.
La familia Musicardi refleja las profundas desigualdades de la sociedad argentina de los años ochenta, que defendía como podía una democracia incipiente y débil. Aquella era una comunidad todavía disgregada, del “sálvese quien pueda” y del “algo habrán hecho”, algo que se traducía también a nivel familiar.
¿Qué tanto cambió el país a lo largo de las décadas? Es difícil saberlo. Sobre todo si se tiene en cuenta que, como una ironía, aquellas consignas no parecen tan alejadas de algunas que circulan por estos días y que también empujan al individualismo y a la indiferencia.
Sostener a Mamá Cora no deja de ser un conflicto económico para la familia. Es cierto. Pero también resulta evidente —por los argumentos que esgrime cada hermano y también sus respectivas parejas a lo largo del filme— que el mayor problema radica en lo incómodo que parece ser cuidar de una persona de la tercera edad, que ya no produce riqueza material y que requiere atenciones que antes no necesitaba.
¿Qué quiere denunciar con esta propuesta Alejandro Doria? En una entrevista televisiva, lo explicó de este modo:
«(la película)… removió en mí la historia de mis padres, que murieron viejos. Por eso, al final, cuando corren los viejitos en esa toma fantasmal, yo la dediqué a nuestros viejos queridos. Porque creo que todos tenemos los viejos, nuestros padres, nuestros abuelos —que los queremos lógicamente— y, a lo mejor, no hemos sabido cómo comunicarnos con ellos (sic)».
Al parecer, con Esperando la carroza, Doria invita a su público a recorrer una escena en la cual conectar con «los viejos queridos» parece posible sólo a partir de la muerte —esa circunstancia que lleva a las personas a reflexionar hasta las nimiedades más insólitas—, para sacudir e interpelar. De esta manera, sobre todo con el final, intenta lanzar una alerta sobre lo valioso del tiempo. Parece decir que es hoy —y no otro momento— la hora de brindarle a lxs mayores lo que merecen por derecho y humanidad.