En 2018, cuando YouTube puso en línea el primer capítulo de Cobra Kai, la reaparición de Daniel Larusso enloqueció a lxs fanáticxs de una saga que en los años ochenta rompió la taquilla y que, con el tiempo, se convirtió en un clásico del cine: Karate Kid.
La posibilidad de saber qué había sido del desvalido y resiliente alumno adolescente del señor Miyagi, generó muchas expectativas. Sobre todo llamó la atención de lxs mayores de cuarenta, que habían crecido con su historia y se identificaron con él. De pronto y ante lo que les prometía la nueva serie derivada, sentían la necesidad de conocer acerca del destino de Larusso.
Si bien esto no le ocurre a todos los éxitos del pasado que intentan reeditarse en el presente, Cobra Kai conquistó al público desde el principio, lo que provocó que una de las plataformas de streaming más importantes del mercado como Netflix decidiera tenerla entre sus productos las siguientes temporadas.

El resto es historia conocida. En cada lanzamiento, la serie se convirtió rápidamente en la más vista a nivel mundial. Esta popularidad dio pie en redes sociales a que sus capítulos fueran discutidos, y se generara así un diálogo constante entre las películas y su spin-off. Nada de lo que ocurre en esta nueva historia es analizado sin relacionarlo con el pasado. Es decir, con la saga inicial de los años ochenta.
Con esa vinculación, quedaron en evidencia los cambios del protagonista. Algunos inesperados, sobre todo para lxs fanáticxs, aunque no así para el público más joven que, si de casualidad conoce las películas, no se siente invadido por la nostalgia de quienes crecieron a la par de LaRusso. Por la misma razón, no se sorprenden con sus acciones presentes.
¿Resulta verosímil su metamorfosis? ¿Qué le aporta de interesante a este nuevo producto audiovisual? ¿Larusso se convirtió en el villano de la historia? ¿O, en realidad, siempre lo fue? Para despejar estas dudas, es necesario viajar en el tiempo y definir el contexto en el cual se hizo popular el inolvidable Daniel San.
Ser joven en época de Karate Kid
El concepto de juventud, que puede ser definido como un período de transición, es relativamente nuevo en la cultura popular. El término podría remitir solo, por ejemplo, a un aspecto biológico de la vida, pero en realidad se refiere a características vinculadas a lo social.
Así como en diversas culturas el paso de la infancia a la adultez está marcado por un rito de iniciación —la juventud, en ese sentido, no existe—, en Occidente la cuestión es diferente. De este lado del planeta, entendemos a la juventud como un período que se define por la relación social de oposición entre quienes quieren incorporarse a la vida adulta y lxs adultxs que buscan regular el espacio de dicha entrada.
El vínculo social se va modificando de acuerdo a las épocas y los sectores sociales. No siempre significa lo mismo. En un grupo de menores ingresos, la juventud puede terminar a los dieciséis años, cuando es imperioso asumir obligaciones laborales. En un sector más acomodado, puede extenderse hasta los treinta. Por eso, se suele hablar de juventudes en plural.
En nuestro país, desde princpios de siglo XX, ser joven significó ser estudiante. Quizá el primer antecedente esté dado por la Reforma Universitaria de 1918, hecho a partir de la cual se empezó a relacionar a la juventud con la idea de estudiante comprometido con la coyuntura política. Es más, durante el siglo pasado, muchos de los acontecimientos de importancia como el Mayo Francés o la Noche de los Lápices tuvieron como protagonistas a representantes de ese grupo social, el cual comenzó a ser tenido en cuenta en términos políticos y sociales.
Escena de Grease, una de las primeras películas hollywoodenses ambientadas en el ámbito escolar. Fuente: Boxoffice.
Pese a ello, hasta la década del setenta, la industria cultural no había desarrollado productos destinados exclusivamente a ese público. Quizá algunos films anticiparon el boom que se vendría luego, como Fiebre de sábado por la noche (1977) y Grease (1978). Pero no de manera masiva como ocurriría unos años después.
Junto con los años ochenta, llegaron modificaciones sustanciales en términos culturales. Los jóvenes comenzaron a considerarse un público de interés, altamente rentable, y hacia ese destino se dirigieron las industrias. Surgieron entonces radios y revistas pensadas para jóvenes y también canales especializados en música como MTV, que irrumpieron en la televisión y se convirtieron en populares de la noche a la mañana.
En el cine hollywoodense, industria que contaba con una audiencia numerosa también en Argentina, ocurrió algo similar. De pronto, los productores se dedicaron a realizar películas con temáticas adolescentes que, además, estaban dirigidas a la misma franja etaria.
¿Qué tan oportuna resultó la apuesta? La fórmula pareció funcionar de inmediato. Se inauguró de esta forma un nuevo tipo de cine con códigos propios. Uno que dio cuenta del mundo joven norteamericano y generó repercusiones importantes. Lo más destacable del suceso es que también logró trascendencia fuera de Estados Unidos, en lugares como nuestro país, cuya televisión local ya producía las primeras ficciones para adolescentes como Pelito, Clave de sol o Socorro, quinto año.
Daniel LaRusso y una historia de superación
Uno de los más importantes directores y guionistas de esa década fue el norteamericano John Hughes, quien dejó una serie de films icónicos y taquilleros:
- La chica de rosa (1986).
- El club de los cinco (1985).
- Dieciséis velas (1984).
- Alguien maravilloso (1987).
Pero el fenómeno no se limitó a su figura. Por el contrario, sentó las bases de una forma de hacer cine. El estilo trascendió a la comedia romántica y flirteó con otros géneros. Prueba de esto son las archiconocidas:
- Volver al futuro (ciencia ficción).
- Footloose (musical).
- Pesadilla en Elm Street (terror).
- Las chicas solo quieren divertirse (musical).
Todos recaudaron importantes sumas y, con el paso de los años, se convirtieron en clásicos.
¿Cuáles son los códigos que comparten entre sí productos tan disímiles?
- Ocurren en un contexto escolar o cerca de él.
- Ponen en foco los lazos sociales entre adolescentes, a veces como fondo, otras como punto del conflicto.
Dentro de su mundo ficticio, de manera solapada o explícita, dejan al descubierto una suerte de jerarquía social de la sociedad joven norteamericana que, si no está normalizada en la trama, es puesta en relieve como parte del problema.
Debido a una prolífica producción, la fórmula se volvió fácil de identificar. Los largometrajes eran predecibles y sus finales, calcados unos de otros. Pero, aun así, no dejaban de ser elegidos por la juventud. Ésta parecía sentirse cómoda ante un producto que ponía las cosas en su lugar. Si en lo social no había reparación concreta, al menos la industria brindaba a sus seguidores —al menos así lo creían ellos — una compensación simbólica. Una que, además de no estar a la altura, resarcía de manera falsa las violencias sufridas en el orden de lo real.
Primer enfrentamiento entre LaRusso y Lawrence en Karate Kid I. Fuente: Ssadikzz.
Por lo general, estas historias se enfocaban en un personaje central perteneciente al grupo marginal, que enfrentaba las vicisitudes con las cuales tropezaba a partir de su condición —social, económica, física, étnica, de género—.
Del otro lado y como contrafigura, se hallaba el joven popular que asumía el papel de villano y atentaba contra los objetivos del protagonista. Con algunas diferencias vinculadas con las reglas propias de cada género, las películas repetían un patrón. Es por esta razón que, en casi todos los casos, lograban la repercusión que buscaban: llenar las salas de los cines y que solo se hable de ellas.
En este marco, un guionista llamado Robert Mark Kamen tuvo un epifanía al oír como noticia de la época el caso de un adolescente acosado en la escuela que se convirtió en un experto en las artes marciales. De esta manera germinó la idea que daría vida al fenómeno cinematográfico llamado Karate Kid.
Un no tan joven Ralph Macchio —contaba con veintitrés años mientras que el personaje que interpretaba tenía solo diecisiete— se puso en la piel de Daniel LaRusso después de superar en la elección a Sean Penn y Charlie Sheen. El resto, lo conocemos todxs.
El estreno del film provocó que se dispararan las ventas de objetos icónicos como la bicicleta que usa Larusso, cuya marca se volvió popular. ¿La razón? Karate kid se convirtió en un suceso de inmediato. Recaudó la cifra exorbitante de noventa millones de dólares. En Argentina, fue la película más alquilada en los videoclubs durante el año 1985. No era poca cosa.
Daniel Larusso vs Johnny Lawrence: una guerra sin fin
¿Qué trama en cuestión desarrolla la primera película de la saga? Similar a muchas de las de su época, cuenta la historia de Daniel LaRusso, un adolescente idealista que, debido a cuestiones económicas, se muda junto a su madre, de Nueva Jersey hasta Los Ángeles.
Al principio todo parece ir de maravillas, hasta que se topa con Ally, su nueva compañera de la preparatoria. De inmediato, la adolescente se convierte en su interés amoroso. Aunque ésta corresponde a esta simpatía, el problema reside en que acaba de terminar una relación con el chico más popular y agresivo de la escuela: Johnny Lawrence, interpretado por William Zabka.
La oposición entre un adolescente proveniente de un sector acomodado y otro de la clase trabajadora pone de relieve diferencias entre ambos, más allá de la coincidencia en su objetivo sentimental. La posición económica de Johnny no solo le da popularidad entre sus pares sino que también le posibilita el acceso a herramientas que le aseguran el éxito, desde logros deportivos hasta el amor de la chica deseada.
En cambio, debido a su origen humilde, a Daniel le ocurre todo lo contrario. Se encuentra desamparado frente a una sociedad joven que valora la posición económica por sobre otras características. Pero lo paradójico es que en esa vulnerabilidad, que lo hace verse sometido también por la fuerza y habilidades físicas de Lawrence, subyace lo mismo que da inicio a su evolución dentro de la película. Es lo que le da la oportunidad de cambiar su vida.
Respondiendo a la estructura narrativa del ascenso, Daniel LaRusso no lo hace solo ni tampoco sin sufrimiento. Su vecino, el señor Miyagi, se convierte en su gran aliado y mentor. De manera gratuita, le enseña karate. Es ese arte marcial el que se transforma en el arma que necesita para enfrentar a su agresor y ganar así, no solo el amor de Ally, sino también el respeto de todos, incluidos el de Johnny.
LaRusso y Lawrence en la escena final de Karate Kid (1984). Fuente: Binge Society.
Probablemente en la última escena de Karate kid I puede vislumbrarse el origen de su spin off, producido más de treinta años después. Entre lágrimas, derrotado, Lawrence le quita el premio a quien se lo entregaría a Daniel para dárselo él mismo, reconociendo en ese acto que Daniel fue el mejor de los dos.
Las dos frases finales del villano lo humanizan porque parecen revelar algo —muy poco, es cierto, pero algo al fin— de lo que se esconde detrás de su permanente violencia hacia quienes considera inferiores por razones sociales o de género. Lo desarticulan y ponen en tensión lo que muestra el personaje y lo que hay detrás.
Pero no hay tiempo para más. Se apaga el proyector y las preguntas sobre qué pasó con Lawrence después de perderlo todo, o las razones por las cuales tuvo conductas tan cuestionables con sus pares, se pierden en el éter porque ninguna de sus sucesoras se abocaron a responderlas.
La saga en cuestión siguió la vida de Daniel LaRusso unos años más, con argumentos parecidos al del primer largometraje. Pero en la cuarta película prescindió del personaje y con esta decisión les quitó a los fanáticos la posibilidad de saber qué había sido de su vida también. ¿El motivo? La compañía cinematográfica no estaba interesada en tener como protagonista a un experto del karate de treinta y pico de años.
Quizá estas dudas fueron la razón por la cual Cobra Kai logró aceptación de inmediato, no solo entre la audiencia joven del presente, sino también entre aquellas personas que siguieron la trilogía con fanatismo en los años ochenta. Era un verdadero desafío hacerlo sin defraudar a nadie. Para tranquilidad de sus realizadores, el spin off, por sus números y repercusión mundial, pareciera estar a la altura.
De Karate Kid a Cobra Kai: la evolución de LaRusso
Desde el primer capítulo de Cobra Kai, el público se sintió desconcertado por ver utilizar a los guionistas el tiempo transcurrido entre una historia y otra como estrategia para provocar giros argumentales y dar sorpresas. Sin embargo, lejos de alejarlo de la serie, la fórmula lo cautivó.
¿Qué razones tuvo Johnny Lawrence en el pasado para hacerle la vida imposible a Daniel LaRusso? ¿Cómo se comportaron ambos luego de los hechos narrados en la saga de los años ochenta? El spin off respondió a estas incógnitas de manera inesperada. Transformó a Larusso en un empresario prejuicioso con aires de superioridad muy fácil de odiar y a Lawrence en un electricista semi desempleado, tosco y anacrónico, que aún con estas características, logra generar más empatía que su eterno rival.
Para lxs más jóvenes que no vieron o no se empaparon lo suficiente de la trilogía, es difícil reconocer en Johnny al villano que encarnó en 1984 y en Daniel LaRusso a un héroe en construcción. Pero esto se debe a que la serie se encargó de intercambiar los roles del protagonista y el antagonista originales y convertirlos así en personas diferentes de las que esperaban sus viejos seguidores.
Dicho en otras palabras: los guionistas tomaron a ese par de adolescentes del pasado —estereotipados, sí, aunque con sus propios matices y enfrentados por una chica— y los transformaron en adultos de la época actual con destinos posibles pero también sorprendentes.
Primeras escenas de Cobra Kai (2018). Fuente: Cobra Kai̇ en español.
A Daniel LaRusso lo convierte en el antagonista el olvido. El referido a sus raíces, a sus experiencias, a las enseñanzas del señor Miyagi. Esa desconexión con su pasado lo muestran condescendiente, soberbio y hasta un poco delirante respecto de sus capacidades en el karate.
A Johnny Lawrence, en cambio, lo transforma en el protagonista la desgracia. El hecho de estar quebrado económicamente, no tener ni siquiera trabajo fijo, provenir de un hogar violento, no estar en buenas relaciones con su hijo adolescente pero aún así intentarlo siempre. Todo suma a la hora de mostrarlo como un perdedor.
Se convierte así, sin quererlo, en agente de un relato de superación, el mismo que tuvo como centro a Daniel en Karate kid. En ese punto, lejos de perder, gana. No hay personaje que genere mayor identificación que aquel que exhibe sus debilidades sin pudor ni disimulo e intenta ir por más de todos modos.
Este cambio de perspectiva que llevó adelante el spin off ha sido la verdadera clave de su éxito. Con esta receta, que también aplicó a otros de sus personajes, supo sorprender y atrapar a una audiencia amplia, pero sobre todo a aquellas personas que vieron las películas en su adolescencia.
Con seguridad fue esta jugada osada y no otra cosa lo que le garantizó a Cobra Kai el reconocimiento de una comunidad que aprendió con ella que no hay roles fijos y que podemos perdernos en el camino si nos descuidamos, como le ocurre a Daniel LaRusso, o redimirnos y ser mejores pese a nuestro pasado, como le pasa a Johnny Lawrence.
Increíble toda la información sobre la serie. Impecable el análisis sociocultural y el impacto en la cultura juvenil en su época, para poder comprender una trilogía en todos sus aspectos.