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Tras la huella de Jo March, la heroína de Mujercitas

Publicada el 07/05/202408/08/2024 por Julieta Alegre

Jo March de Mujercitas irrumpió en el siglo XIX de la mano de Louisa May Alcott para abrir caminos y conquistar a las innumerables Jo que deambulaban por el mundo. En un contexto discursivo de representaciones que avasallaban los derechos de las mujeres y que las mantenía alejadas de la esfera pública, este personaje se convirtió, quizá sin quererlo su autora, en un oasis en medio de tanta aridez cultural.

La etiqueta de lectura de solo para mujeres que arrastró por décadas la novela, tuvo su origen en el mismo siglo en el cual se escribió. Por ese entonces la literatura buscaba especializarse, yendo en consonancia con las construcciones culturales de género que imperaban en el momento y que imponían la idea de que la figura femenina debía ocupar un lugar periférico, secundario y menor en un mundo dominado por los hombres.

Louisa May Alcott, autora que dio vida a Jo March. Fuente: WTTW.
  • Las novelas escritas para hombres, buscaban inspirar a sus lectores a ser aventureros y exitosos en el espacio público.
  • Los relatos dirigidos al público femenino querían conducir a las mujeres a desarrollarse como madres cuidadoras, circunscritas a la esfera privada. Así de simple y así de espantoso.

En ese marco, en 1868, una editorial le encargó a Alcott escribir una historia pensada como un manual de conducta que guiara a las jovencitas de ese tiempo. La idea no le agradó a la autora, apasionada por las novelas de suspenso —algo que desarrolló bajo un seudónimo sin un rédito económico importante—. Pero, aunque Louisa tenía ya treinta y seis años y no tenía esposo ni hijos, poseía vínculos muy estrechos con su familia de origen, la cual no era adinerada. Fue este apego y las circunstancias económicas de los suyos lo que la llevó a aceptar el reto después de todo.

Mujercitas: una ficción en clave autobiográfica


¿Qué sabía Alcott acerca del ideal de mujer que imperaba y que la industria buscaba reproducir? Lo suficiente como para encontrarse ellas misma lejos de querer responder a aquellas imposiciones que el contexto exigía en la postrimerías del siglo XIX. Sin embargo, su desagrado por tener que contradecir en su discurso lo que pensaba acerca de las condiciones de las mujeres no la detuvo. En menos de dos meses y trabajando más de diez horas por día, escribió una novela cuya base fueron sus experiencias infantiles junto a sus hermanas en la ciudad de Concord, Massachusetts. Así nació Mujercitas.

Su sacrificio dio frutos de inmediato. El éxito fue tal que su primera edición de dos mil ejemplares se agotó en dos semanas. Al siguiente año, y a pedido de la misma editorial, lanzó la continuación que fue nombrada en algunos países como Las mujercitas se casan o Aquellas mujercitas. Con el tiempo, ambas partes fueron publicadas como un solo libro y dieron lugar a nuevas novelas cuyas protagonistas eran las hermanas March en otros momentos de su vida. Alcott las llamó Hombrecitos y Hombrecitos de Jo.

Jo March inspiró desde entonces a anónimas y a famosas del nivel de Simone de Beauvoir y J. K. Rowling. La interpretaron actrices célebres a lo largo de la historia del cine, como Winona Ryder, Saoirse Ronan y Katharine Hepburn, lo que reafirmó su importancia en la cultura popular según pasaban las décadas.

Jo March rechaza a Laurie en la película de 2019. Fuente: Escenasmovie.

¿Por qué se repetió el fenómeno, sin importar el momento histórico ni el soporte en el que se contó la historia? Quizá porque Jo, aún con distancia temporal, supo interpelar a quienes se atrevían a sumergirse en su universo. Desde el principio, la joven aspirante a escritora se instaló como la favorita de las cuatro e incitó a soñar a sus también jóvenes lectoras.

Con estos libros, Louisa May Alcott ganó dinero y popularidad. Es cierto. Pero ni siquiera las exigencias de la industria pudieron opacar su fuego revolucionario. Aunque los escribió por necesidad y no por deseo, su pensamiento disruptivo logró colarse por los intersticios de una literatura que pretendía mantener a las mujeres en la esfera privada por siempre.

Entre algunas de sus irreverencias, se encontraba su posicionamiento político contrario a la esclavitud y a favor del sufragio femenino. También su elección vegetariana de alimentación. Por eso, más allá de sus intenciones, su destino no podía ser otro que la domesticación en manos de la censura de la industria.

La historia de Jo March y sus hermanas


Ingresar al mundo de Meg, Jo, Beth y Amy obliga nos obliga a indagar en el contexto, no solo de la autora sino también de estos personajes que dialogan con hechos históricos de relevancia. Son sus coordenadas espacio-temporales las que vuelven profunda una novela que podría haber sido una más entre tantas que retratan la figura femenina ideal en la sociedad norteamericana de la época.

Pero no, las March tienen mayores preocupaciones que una mala calificación, una pelea fraterna o una promesa de matromonio. Su padre forma parte del ejército que pone el cuerpo en batalla. Se trata de la Guerra Civil estadounidense que pone en jaque la esclavitud en ese país. Tener a su padre lejos, en riesgo constante, no solo transforma la obra en el relato de una angustiante espera. También repercute en el estado de ánimo de las cuatro quienes, a su vez y además, tienen sus propios conflictos.

Las diferencias entre las protagonistas son innegables pero aún así todas se encuentran circunscritas, en mayor o menor medida, a lo que se espera de ellas en ese marco histórico. Inmersas en privaciones y necesidades, tienen respuestas similares ante la dificultad que significa ser mujeres y no proceder de una familia acomodada.

Tanto Meg —la mayor de las hermanas— como Amy ven en el matrimonio el único rescate posible. Si bien la menor se aboca a los estudios de pintura y forja una incipiente profesión y, en cambio, la primogénita no desea hacer lo mismo, ambas coinciden —aunque con ciertos matices— en que el destino ideal no puede ser otra cosa que la familia.

Escenas de la película Mujercitas de 1949. Fuente: Dtito2.

Es cierto que Beth no tiene tiempo para evidenciar los deseos de una vida adult. Muy enferma desde la adolescencia, muere con apenas veinte años aferrada al piano que le da sentido a su vida. Sin embargo, también es verdad que su timidez, su suavidad para hablar, su espíritu pacífico y su dedicación a la labor del hogar la convierten en un verdadero modelo femenino. Es más: si la vida lo hubiera permitido —o Alcott, en realidad— con seguridad hubiera seguido los pasos de Meg y Amy.

Pero Jo no. Y eso la hace destacar y volverse inolvidable para sus lectoras. Con sus escasos quince años, bordea el límite. Por momentos lo transgrede, incluso a su pesar. Porque si bien intenta, aunque a regañadientes, mantenerse dentro de los márgenes de la corrección, su alma rebelde la empuja a salirse del papel.

Josephine Match no es suave ni delicada. Habla mucho. Es torpe y atolondrada. No se preocupa por su apariencia ni tampoco está interesada en casarse como su hermana mayor. Lo que ella persigue, al igual que Alcott, es convertirse en escritora. Así de sencillo y difícil para una mujer de esa época.

Si bien al personaje se le interponen numerosos obstáculos, su perseverancia por ser valorada por ella misma más que por ser el apéndice de la figura masculina —representada en ese entonces por el esposo o, en el peor de los casos, por el padre o hermano—, la empuja a nunca renunciar.

Los tramos de rebelión en la novela son abundantes. Esto, con lógica, ilusiona los espíritus libres que aún aguardan por cambios más veloces y definitorios. Pero para Jo March, debido al contexto cultural, la cuestión se vuelve más difícil que para su propia autora. Eso traerá sus consecuencias, décadas más tarde.

Louisa May Alcott y Jo March: un diálogo interminable


Debido a que Alcott recurrió a sus recuerdos de la infancia para escribir Mujercitas y sus secuelas, éstas se encuentran plagadas de elementos autobiográficos que ofrecen pistas acerca de su vida y la de su familia.

Al igual que las hermanas March, eran cuatro las Alcott. Este paralelismo construido entre lo verídico y lo ficticio fue fundamental ya que le sirvió a la autora para caracterizar a las protagonistas. Así Meg asumió la personalidad de Anna, Jo la de Louisa, Beth la de Lizzie y Amy la de Abba May.

También condicionó acontecimientos importantes, como algunas muertes inesperadas. Lizzie Alcott, por ejemplo, falleció a una edad muy temprana al igual que Beth. Esto le significó una herida muy profunda a Louisa. La recordó hasta el día de su deceso, ocurrido por secuelas que le dejó un envenenamiento durante su servicio como enfermera en la guerra.

Otra de las muertes que también tiene su correlato es la de John Brook, el cónyuge de Meg. John Bridge Pratt, en quien se basó el personaje, dejó viuda a Anna y huérfanos a sus pequeños hijos en 1870. No solo fue determinante para la trama sino para la vida de la familia. Luego de ello, Alcott decidió publicar Hombrecitos para resguardar económicamente a su hermana y sobrinos.

Casa de los Alcott, lugar que decidió a Louisa a crear a Jo March y sus hermanas. Autor: Daderot.

Para crear Hombrecitos, la autora extrapoló una experiencia de Amos Bronson Alcott, su padre. A principios de 1830, éste fundó una escuela en Boston que se destacó por la aplicación de métodos educativos poco ortodoxos. La autora trasladó sus vivencias a un escenario campestre y puso como figuras centrales a Jo March y al profesor Baher, personajes que se casan en el final de Mujercitas.

El diálogo entre las novelas y la vida de la familia Alcott es permanente. Es cierto. Pero también en aquellas abundan elementos ficticios. Quizás fueron éstos los que provocaron que se subestimara la historia y se le negara su importancia como obra feminista durante tanto tiempo. Porque, aunque luchó por ello, Jo March no pudo ser tan irreverente como Louisa, quien sí —por elección propia y al contrario que su alter ego— nunca se casó.

¿Alcott fue forzada a escribir Mujercitas tal como la conocemos? Sí, y desde el principio. No solo porque debió hacerlo por encargo sino porque, además, la industria la acechó para evitar que sus mujercitas siguieran caminos alternativos a los que marcaba la época. Porque si bien se las arregló por momentos, no pudo evitar la censura en 1880 de ciertas escenas y capítulos que iban en contra de lo que la editorial y el contexto histórico deseaban.

Primera edición de la novela Mujercita, primer libro en el que apareció Jo March. Fuente: Clarín.

También debió sucumbir ante el pedido de un público adolescente que no terminaba de digerir que Jo March rechazara a Laurie Laurence para permanecer soltera. En forma de correspondencia, el reclamo fue claro. La joven debía casarse con su vecino y amigo, o con cualquier otro hombre, pero no podía terminar en soledad como su autora.

El recorte que sufrió la novela inicial, y que recién pudo ser subsanado hace pocos años, le jugó una mala pasada al espíritu irreverente que subyace en sus páginas. Las consecuencias se evidenciaron durante décadas. Mujercitas fue catalogada como una novela para niñas con cierto desprecio, como si la etiqueta le quitara su valor. Por suerte, el tiempo permitió la recuperación de esos tramos censurados y, con ella, cierta reivindicación.

Con todo, la serie de libros nos muestra que Jo se casa por fin con un profesor que menosprecia su escritura, aunque en las siguientes novelas se muestre más cálido y contenedor. Y eso, admitámoslo, nos rompe un poco el corazón. Pero aún así, nos regaló a las jóvenes lo que casi ningún personaje literario. La idea de que es posible rechazar el lugar de trofeo o de mujer buena para permitirnos soñar con contar una historia que nos pertenezca, pero de verdad. Y eso, en el siglo diecinueve o ahora, no tiene precio.

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Esta obra está licenciada bajo CC BY-NC-SA 4.0

Autores: Julieta Alegre y Nicolás Esquivel

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