Era agosto de 1989 cuando Alejandro Romay, el zar de la TV, puso al aire La extraña dama. Se trató de una apuesta sin precedentes cuya trama pudo más que los cortes de luz y un contexto económico complejo. La historia de amor entre una campesina y un terrateniente porteño fue lo más visto durante ese año. Se convirtió así en el último éxito de la etapa dorada de canal 9 y en un clásico de la TV argentina.
La telenovela estaba encabezada por Luisa Kuliok y Jorge Martínez. El fracaso en la contratación de una figura internacional del melodrama como Jeannette Rodriguez —la actriz abandonó la grabación provocando un escándalo—, no logró empañar el proyecto. Sin contar con gran reconocimiento fuera del país, los que acompañaban a los protagonistas eran de todos modos innumerables figuras como Aldo Barbero, María Rosa Gallo y Ana María Campoy. Éstos le otorgaron al producto un nivel actoral pocas veces vistas en la televisión.
¿Qué diferenció a La extraña dama de otras telenovelas de la época, además de esto? Un guión apasionante con idas y vueltas del destino, una villana insuperable —la psicópata Sor Paulina—, una apuesta importante en producción, una cortina musical inolvidable interpretada por Valeria Lynch y una descripción realista del contexto en el cual transcurre la historia que le dio verosimilitud, más allá de ciertas licencias.
La sociedad argentina que funciona como marco de la relación entre Marcelo Ricciardi y Gina Falconi, no es otra que la que carece de derechos laborales como los conocemos ahora y se encuentra dividida entre pocos terratenientes y numerosos obreros inmersos en la miseria. Es el país de principios del siglo XX, previo al peronismo, y a la sanción de leyes importantes como la ley de voto femenino o la ley de contrato de trabajo.
El éxito de La extraña dama, entre cortes de luz y caos hiperinflacionario
Mientras La extraña dama era emitida por las tardes, el país atravesaba una profunda crisis por causa de la hiperinflación. Esta situacion generó el adelanto de las elecciones presidenciales, las cuales dejaron como ganador a Menem. La ola de saqueos a los supermercados y el miedo a una nueva rebelión de grupos militares, finalmente empujaron a Alfonsín, presidente de la nación, a entregar el mando a su sucesor cinco meses antes de lo previsto.
El gobierno radical había heredado de la dictadura militar una industria destruida y una crisis energética que no le fue posible revertir durante su mandato. Por eso, en 1988, debió tomar medidas drásticas:
- Se dictaron asuetos administrativos.
- Los bancos redujeron su atención una hora.
- Los canales de TV transmitieron cuatro horas por día.
- Los comercios, los cines y los teatros apagaron sus letreros.
- Los eventos deportivos se realizaron durante el día.
- La hora oficial se adelantó una hora, para que la gente pudiera aprovechar la luz del sol.
No fue suficiente. La escasez de electricidad obligó a Alfonsín a realizar cortes rotativos programados de hasta cinco horas por turno. El país no tenía energía y el malestar social se hacía sentir.
En ese contexto, La extraña dama irrumpió en una TV limitada por la coyuntura política y social y se volvió la telenovela que paralizó el país. Como un oasis en medio del caos, se convirtió en la ficción que todxs —incluyendo el público masculino—, esperaban ver para conocer el destino de la pobre Gina, la campesina sufrida del pueblo ficticio Campo Seco.
Gina Falconi, la campesina; Marcelo Ricciardi, el terrateniente
Como casi todas las telenovelas de la época, la diferencia social entre la pareja protagonista como un obstáculo para su unión salió a relucir dentro de La extraña dama. Pero, en este caso, tuvo mayor verosimilitud que en otras historias. ¿Por qué? El programa de Romay estaba ambientado en Capital Federal y en un pueblo del interior del país en las primeras décadas del siglo XX.
En ese entonces, la diferencia entre la clase terrateniente, compuesta por pocos propietarios muy ricos, y los jornaleros, que eran la mayoría y vivían en la miseria, era abismal. No existía la clase media como la conocemos hoy. Por eso, perder la riqueza y con ella privilegios, significaba una tragedia que no tenía retorno.
En términos sociales, la historia de Gina y Marcelo refleja un mundo que poco tiene que ver con la forma de vida de la segunda parte del siglo. Cuando La extraña dama inicia, Marcelo Ricciardi, un porteño heredero de grandes tierras, se encuentra en una encrucijada: debe casarse con la hija de un terrateniente importante para mantener su posición social luego de perder su fortuna por los malos negocios de su padre. El problema es que está enamorado de otra mujer.
¿Quién es Gina Falconi, la joven que ha conquistado a Marcelo? Una inocente y dulce campesina, hermana del herrero del pueblo en donde el porteño posee tierras. Huérfana desde pequeña, está al cuidado de Doménico. Pero este hombre, lejos de protegerla, la maltrata. Sin embargo, no es suficiente para detener la pasión de los protagonistas. A escondidas de todxs, el encuentro de la pareja, no solo enciende la llama de un amor intenso, sino que deja como resultado una hija.
Por las mentiras e indecisiones de Marcelo, y también por causa del destino, no vuelven a verse. El joven terrateniente se casa con Elsa Parresi y resuelve sus problemas económicos. Gina, en cambio, se escapa de Campo Seco y deambula por las calles de Buenos Aires buscando a Ricciardi para contarle de su embarazo. Luego de varios meses en la calle, un grupo de religiosas la rescata y la asiste al momento de parir.
¿Qué le queda por delante a una mujer como Gina, inmersa en la pobreza y enferma de gravedad? ¿Qué tiene el estado para brindarle a una persona sin recursos económicos y sin parientes ricos? En 1920, época en la que transcurren los hechos, muy poco. Recién diez años después, con la gran depresión económica de 1930, se comienza a hablar del estado de bienestar como un estado que le brinda servicios al total de la sociedad para cumplir con los derechos sociales de los ciudadanos. Antes, la mayoría estaba entregada a su suerte.
Si bien La extraña dama no da cuenta de esto, la llegada de los inmigrantes al país trajo consigo ideologías que pusieron en jaque los privilegios de la clase dominante. Pero aún faltarían varias décadas para que las luchas obreras se cristalizaran en leyes que generaran cierta igualdad y que hicieran que la clase media se fortaleciera.
Para Gina no hay tiempo ni oportunidades. Como única forma de salvaguardar a su hija y creyéndose morir, la entrega a su padre, quien la cría con todas las comodidades posibles. Pese a los pronósticos, la joven campesina se recupera y es el convento en el que se resguardó antes el que le da una oportunidad de mejorar su vida. Al igual que otras mujeres —Sor Juana Inés de la Cruz es un caso paradigmático—, como forma de evitar un matrimonio no deseado o de poder estudiar, se convierte en religiosa.
El tiempo pasa. Marcelo, ya viudo, se vuelve un hombre amargado por la decisión que tomó en su juventud. Gina ahora es Sor Piedad, una virtuosa monja que vive hace veinte años en Italia, y que decide volver a Buenos Aires cuando es designada como madre superiora del convento de Santa Ana.
Otra vez el destino juega sus cartas. Ese lugar es el mismo en el cual ha sido internada su hija Fiamma —interpretada por Andrea Barbieri—, luego de enterarse de que su padre pretende casar a Aldo con su hermana y no con ella. Ese momento de la trama deja en claro que más que una historia de amor entre un hombre y una mujer, la telenovela es un relato de sacrificio y amor de una madre a su hija. ¿Por qué? Sor Piedad está dispuesta a hacer lo que sea, incluso enfrentarse a Marcelo Ricciardi, con tal de que Fiamma sea feliz.
En el contexto social de la historia probablemente radique su carácter innovador y su tremendo éxito. Las distinciones sociales que separan a los protagonistas van más allá de los prejuicios de clase o las resistencias familiares. Marcan, en realidad, la diferencia entre tener una vida cómoda y llena de privilegios y una con privaciones y miseria. En ese sentido, La extraña dama da cuenta de una sociedad argentina tremendamente injusta y atrasada y su historia de desencuentros tiene una verosimilitud que pocas en su género poseen.
La extraña dama por el mundo
El éxito de la telenovela —creada por Lucy Gallardo y publicada por primera vez como cómic en la revista Lágrimas, risas y amor— fue rotundo. Sus capítulos superaron siempre los 30 puntos de rating y, en las últimas semanas de emisión, los 45.
En 1990, la ficción recibió cuatro premios Martín Fierro —incluyendo a la mejor telenovela del año— y fue exportada a doce países. Se convirtió así en una de las primeras historias argentinas en recorrer Europa y Latinoamérica con éxito. En Italia fue reconocida con un Telegatto, el mayor premio de la TV local.
De algo le servió a Romay descartar los decorados de cartón que solían usarse para otras historias, y contratar grandes figuras de la actuación. La extraña dama, además, le abrió camino al exterior a otras de sus producciones que vendrían más adelante, como Cosecharás tu siembra o Más allá del horizonte.
No se hicieron remakes a lo largo de las siguientes décadas. Ni siquiera Televisa se animó a semejante desafío. En 1992, con la producción de Marisol Crousillat para canal 13, se grabó soy Gina, la secuela. Pero, aunque repitió casi todas las figuras, no tuvo la misma repercusión que la primera parte.
¿Será el millón de dólares de costo lo que la volvió un suceso sellado a fuego en el inconsciente colectivo? ¿O la cantidad de personas que intervinieron en la producción, que incluyeron casi doscientos actores, mil trecientos extras, catorce escritores y más de cincuenta técnicos? Puede ser que estos elementos se hayan conjugado para hacer de la telenovela lo que fue. Pero también es cierto que ésta no habría podido convertirse en un clásico sin esa renovación que significó contar la historia de una mujer empoderada en tiempos donde la justicia social era solo una utopía.