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La historia oficial, la película que reveló una verdad silenciada

Publicada el 14/05/202408/08/2024 por Julieta Alegre

Antes de La historia oficial, ninguna película argentina había obtenido un premio Oscar. Con Norma Aleandro y Hector Alterio a la cabeza, y dirigida por Luis Puenzo, se convirtió de inmediato en un hito del cine argentino, no solo por sus galardones obtenidos —que también incluyen premios nacionales—, sino por revelar una parte de nuestra historia que permanecía en la oscuridad en los primeros años de democracia.

Fueron varios los films que se hicieron al inicio del nuevo gobierno radical, y que dieron paso a lo que se denominó un cine de la transición democrática. Este cine se tiñó fuertemente, casi como una necesidad, del contexto político que atravesaba el país. Algunas de las más destacadas fueron La noche de los lápices de Héctor Olivera y Made in Argentina de Juan José Jusid, basada esta última en una obra teatral. Pero ninguna de ellas tuvo la repercusión de La historia oficial ni marcó a fuego la historia del cine nacional.

Norma Aleandro y Analía Castro en una escena de La historia oficial. Fuente: Cine y más.

Si la película de Olivera daba cuenta de los centros clandestinos de detención y la de Jusid abordaba el tema del exilio, el filme de Puenzo venía a mostrar la complicidad de quienes no habían ejecutado el plan pero habían cerrado sus ojos por conveniencia ante el horror perpetrado por un estado tomado por asalto.

Quizá lo más destacable de esta producción no sea solo la historia que se decidió a contar, sino el contexto en el cual lo hizo. Cuando el proyecto inició, todavía faltaban varios meses para que la junta militar dejara su lugar en manos de Raúl Alfonsín. Quedaban años por desarmar la sombra que el terrorismo de estado había impuesto para todxs.

El contexto político de la película de Puenzo


La historia oficial, que fue escrita por Puenzo junto a Aída Bortnik, comenzó su rodaje en 1983, con una dictadura cívico-militar debilitada. No eran tiempos fáciles aunque la democracia asomaba en el horizonte, por lo que, en sus inicios el rodaje no escapó a obstáculos, amenazas e inconvenientes.

Desde 1976, el cine había sido un sector contra el que el gobierno de facto había echado todas sus armas para destruir. Una de sus herramientas fue lo que se conoció como listas negras de la dictadura. Muchas figuras habían tenido que exiliarse, como Pablo Szir, Enrique Juárez y Raymundo Gleyzer. Los que se habían podido quedar, tuvieron que sufrir la censura del régimen. El silencio y la justificación con frases tales como «algo habrán hecho» completaban el plan.

Esto tuvo como lógica consecuencia la proliferación de productos sin referencias a los delitos de lesa humanidad que se estaban produciendo en el país:

  • Secuestros.
  • Privación de la libertad en centros clandestinos de detención.
  • Violaciones.
  • Torturas.
  • Asesinatos.
  • Apropiación de menores nacidos en cautiverio y reemplazo de sus identidades.
  • Desaparición forzada de personas.
Imagen tomada para la película de marchas reales de 1983. Fuente: Amazon.

Por otro lado, se produjeron películas que, de manera subrepticia, contribuyeron a proyectar una imagen positiva de la figura militar. Raúl De La Torre, el director multipremiado que dirigió Peperina, lo explicó de esta manera:

“La censura adquirió formas diversas y alcanzó los lugares más variados. Se establecieron, por ejemplo y entre varias reglas, que no era apto para televisión el material que desvirtúe la imagen de los guardianes del orden (…). Obviamente esto llegó al cine, aunque no de forma equitativa. Por ejemplo, la dictadura se molestaba si Armando Bó ridiculizaba a un oficial de policía, pero Palito Ortega se daba el lujo de poner a Carlitos Balá haciendo un cameo como un policía en ridículo sobre el final de Vivir con alegría”.

No hubo peor período para la industria audiovisual que el de la dictadura, sobre todo en sus primeros años. La producción cinematográfica se redujo a la mitad e, incluso, realizadores que reproducían la ideología imperante como Emilio Vieyra y Enrique Carreras, debieron ver mermar sus productos.

En todos los frentes, la dictadura cívico-militar buscaba quebrar el sentir nacional, romper con los valores e ideales argentinos, dar muerte a la industria, destruir la cultura y la memoria. Los militares querían eternizarse en un lugar que nadie les había asignado a través del voto. Por eso, dar curso al proyecto de La historia ofical resultó un desafío con peligros reales.

La historia oficial y su diálogo con el horror de la dictadura


La película de Puenzo cuenta una historia desgarradora desde el punto de vista de Alicia , una profesora de historia proveniente de la clase acomodada porteña. Los hechos que ocurren, situados en 1983, revelan la transformación a la que se ve sometido el personaje cuando descubre que su hija de cinco años es, en realidad, hija de desaparecidos.

La irrupción de una anciana perteneciente a las Abuelas de Plaza de Mayo  —interpretada por la talentosa Chela Ruiz— con la fotografía de una joven a cuestas, y las conversaciones con un colega que le revela datos sobre la coyuntura que ella parece desconocer, allanan el terreno para preguntas inesperadas.

Su esposo —interpretado por Hector Alterio—, un importante empresario cercano a los militares y beneficiado por ellos, no responde a ninguna de sus dudas y se molesta cuando se toca el tema. ¿De dónde salió Gaby? ¿Qué pasó con sus padres? Aunque no logra que le responda, Alicia sabe que detrás de la llegada de su hija hay algo turbio. No se imagina cuánto hasta el encuentro con la supuesta abuela de su hija y la revelación de una historia terrible. Una historia igual a miles.

¿Es la profesora cómplice de las atrocidades que cometió el gobierno de facto? ¿Es responsable de la suerte de los padres de Gaby? Su descubrimiento no es fingido. Por el contrario, lo que va descubriendo la horroriza. Pero, ¿qué tanto escondió la cabeza como el avestruz, al igual que miles de argentinos, por comodidad? ¿O, porque quizá el silencio le otorgaba algún beneficio? 

La escena que, en mayor medida, expone las contradicciones de Alicia es la que interpreta Aleandro con Chunchuna Villafañe al inicio de la película. Ambas se reencuentran luego de varios años debido al exilio de Ana —Villafañe—. Después de una cena en la cual evocan recuerdos de juventud, la recién llegada le confiesa a Alicia la razón de su partida.

Escena de La historia oficial en la cual se habla de la apropiación ilegal de beb{es. Fuente: Darwin Pictures.

Ana relata su secuestro, las interrogaciones de los secuestradores, las violaciones y torturas a las que se vio sometida, su exilio frente al horror que había vivido. Expone sus penurias con detalles y de manera cruda. Le abre a Alicia otro mundo. Y aunque ésta se horroriza, se niega a entender que aquello que vivió su amiga también la salpica y le incumbe.

El recorrido que hace la profesora para descubrir un país que no reconoce es similar al que realiza el espectador en 1985, año en que se estrenó La historia oficial. En ese entonces todavía poco se sabía del terrorismo de estado. La democracia intentaba dar sus primeros pasos de la mano de Alfonsín y contaba ya con el aval del juicio a las juntas militares, único en su tipo en el mundo. Pero aún quedaba mucho por develar.

Como el filme fue rodado en Buenos Aires durante 1983 y 1984, las amenazas, los miedos y los cambios de planes fueron moneda corriente. Incluso Norma Aleandro estuvo a punto de renunciar a su papel y los padres de Analia Castro, la niña que interpreta a su hija, recibieron presiones.

Pese a ello, Puenzo logró sacar adelante el proyecto. Lo hizo sin financiamiento del estado y con los aportes personales que pudieron hacer los integrantes del equipo de producción. Utilizó su propia casa, en Acassuso, como set de filmación, para así subsanar los problemas presupuestarios, pero también lo hizo por seguridad. La historia oficial fue, en realidad, una película rodada en secreto.

Para filmar las escenas sobre las marchas que impulsaban las organizaciones de derechos humanos, consiguieron credenciales de prensa y se hicieron pasar por periodistas. De esta manera, pudieron obtener imágenes de las verdaderas manifestaciones que se hicieron por esos años. Hoy son un testimonio valioso que forman parte de esta gran película, un producto que le dio voz a quienes perdieron a sus hijxs o nietxs en manos del terrorismo de estado.

El recorrido de La historia oficial por el mundo


Como una ironía del destino, el 24 de marzo —la misma fecha del golpe de estado— pero diez años después de aquel día fatídico, La Historia oficial recibió el premio Oscar y se convirtió así en el primer film latinoamericano en lograrlo. 

Su reconocimiento no se limitó a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. También fue proyectada en el festival de Cannes y en los festivales internacionales de cine de Toronto y Berlín. En ellos obtuvo premios, tanto el film como su protagonista como mejor actriz. Además, ganó un Globo de Oro como mejor película de habla no inglesa—la segunda argentina en ganarlo después de La mujer de las camelias— y varios Premios Cóndor.

Norma Aleandro y Luis Puenzo en la entrega de los Oscars en 1986. Fuente: Página 12.

El éxito y las buenas críticas del film le abrieron el mercado norteamericano a Norma Aleandro, quien comenzó a trabajar en producciones de Estados Unidos. A Puenzo lo catapultó y le permitió formar parte, en 1994, de la redacción de la actual Ley de cine que estableció la autarquía y que impulsó la producción nacional.

Luego vendrían más películas que abordaran la misma temática. Aunque desde distintas perspectivas, Garage olimpo (1999), Crónica de una fuga (2005) y Argentina, 1985 (2022), entre otras, hicieron su aporte. Pero ninguna marcaría un hito de ni recibiría los galardones que recibió La historia oficial en todo el mundo al contar una parte de la historia argentina que millones se habían negado a ver durante aquellos sangrientos años.


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Esta obra está licenciada bajo CC BY-NC-SA 4.0

Autores: Julieta Alegre y Nicolás Esquivel

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