Egon Wolff, quien perteneció a la Generación Literaria del 50, fue el autor de Los invasores, esa lúcida obra de teatro que digió Victor Jara y que interpeló al público chileno a los pocos años de la revolución cubana. Se trató de un texto complejo y vanguardista que, aunque fue resistido por la crítica y también por parte de la izquierda, logró trascender y dejar indicios sobre lo que ocurrió en un segmento de la historia chilena.
¿Cómo o por qué esta narrativa consiguió transformarse en un clásico? Quizá por lo que dijo sin medias tintas acerca de la sociedad local en una época de quiebre. A través de Los invasores, Wolff criticó de manera directa los modelos económicos vigentes. El contexto social se lo exigía. O al menos así lo sintió frente a las problemáticas sociales de su época.
La coyuntura parecía reclamar textos de este tipo. Al igual que otras metrópolis de Latinoamérica, Santiago había crecido sin una planificación desde finales del siglo XIX, lo que llevó a la configuración de grupos sociales heterogéneos. En época de entreguerras, la llegada de inmigrantes aislados y sin vínculo con la sociedad normalizada, generó asentamientos y poblaciones populares en las periferias. El espacio urbano se convirtió en un símbolo de la fragmentación de la sociedad. En el centro, la clase acomodada. En los márgenes, los olvidados del sistema.
La tensión social, que creció al mismo tiempo que los grupos de izquierda durante la década del sesenta, desencadenó en lo que se conoció como campaña del terror. Esta misión propagandística consistió en persuadir a la ciudadanía chilena a rechazar la fórmula socialista argumentando que con eso se daría término a la civilización cristiano-occidental, como si el mundo que se conocía hasta el momento hubiera sido poco menos que perfecto.
En ese marco, la pluma de Wolff se volvió un arma contundente que desplegó su poder en el ámbito universitario y puso nerviosa a la crítica, quien no ahorró adjetivos peyorativos para calificar su pieza. ¿De qué hablaba Los invasores, para que la clase dominante se sintiera tan inquieta? De la invasión de China y Toletole —dos personajes marginales— a la morada de Lucas Meyer, un acaudalado empresario, en medio de la noche.
La trama y el desenlace de Los invasores
En una escena inicial de Los invasores que pareciera ser realista, tanto Meyer como Pietá —pareja y madre de sus dos hijxs, Marcela y Bobby— regresan de una fiesta. Se muestran exultantes, quizá por saberse, en algún sentido, dueñxs del mundo. Pero se vislumbra en su diálogo una sombra de incertidumbre ante la posibilidad de que algún cambio inesperado en el orden establecido lxs coloque en otro lugar.
No es un miedo cualquiera. Se trata de un temor que suele ceñirse como sanguijuela en los pensamientos de quienes mueven los hilos a partir del avistamiento de sombras inescrutables. De igual manera no se detienen. Porque la ambición pesa más que cualquier duda o inseguridad posible.
Entre cuestionamientos y temores, la pareja se refiere a la agresión que ha sufrido días antes Bobby, a quien sus compañerxs le quemaron la campera en el patio de la universidad. Éste no es un comentario más. Lo comparten como si, de algún modo, identificaran en ese hecho un aviso de lo que les podría. Pero no hacen reflexiones más profundas al respecto y, una vez domados sus miedos y culpas, se retiran a dormir.
Luego de esta escena, lo ya conocido ocurre. Ante la irrupción de lxs vagabundxs, Lucas intenta defender su hogar y detenerlos a la fuerza mediante amenazas y humillaciones. Pero la piedra arrojada por lxs extrañxs a la ventana de los Meyers, no solo destruye los vidrios sino que, además, pone en jaque la manera de desarrollar un sistema completo.
A partir de este encuentro, lo que comienza como un allanamiento, se transforma en una irrupción constante de personajes marginales provenientes del otro lado del río Mapocho. Trabajadores, desocupadxs, vagabundxs que, con su accionar y palabras, cuestionan el desempeño de Meyer como empresario. ¿Lógico? Desde ya. Nada es casualidad. Para que Lucas disfrute de su riqueza necesita de ellxs. De su miseria. De su exclusión. Y tanto el empresario como los invasores lo saben.
El diálogo revelador entre el capitalista y China ponen en evidencia a Meyer. Éste, ante las acusaciones, termina por reconocerse culpable de acciones anti-éticas e inmorales de las cuales ha sacado provecho. Pero, al mismo tiempo, ese intercambio intenso opera en él una transformación que puede considerarse fundamental para el propósito de Wolff: deja de percibir a lxs otrxs como seres anónimos y sin historia para verlos como sujetos con un recorrido personal.
La manera de presentar el modo en que se desconfigura la realidad del protagonista a partir de este hecho es lo que permite inscribirlo como un texto vanguardista. Sombras contra la pared, gritos, figuras lejanas que desaparecen fugazmente y canciones y rezos desde ultratumba articulan escenas expresionistas que parecen reflejar el estado emocional de Meyer, quien ha asumido su status de villano al delatarse como el verdadero responsable del conflicto.
La revelación onírica final de Los invasores —todo lo sucedido se muestra, inesperadamente, como un sueño de Lucas— es utilizada para realizar una denuncia sin manchar a los héroes y heroínas, quienes en realidad representan los temores y culpas de Meyer. Eso sí: que la escena culmine con un nuevo —y esta vez sí real— piedrazo sobre la ventana, transforma al relato teatral en un presagio. Pese a todo, para Wolff la advertencia ha sido enviada.
El contexto social de la obra de teatro de Wolff
Con Los invasores, Wolff parece querer poner el dedo en la llaga al señalar que ni todos los ricxs crecen de manera honrada y honesta solamente a causa de sus esfuerzos —como quiere hacer creer Meyer— ni que los desfavorecidxs deben resignarse y naturalizar algo que puede —y debería— ser distinto. Su compromiso es con el sentido profundo de cambio. Pero eso sí: no revela la forma en que éste debería conseguirse.
Resulta claro que el proyecto social que propone el drasmaturgo, aun con el avance de la izquierda, no es factible. Es decir, ¿es posible la desaparición por completo del dinero como elemento articulador de un sistema que tiene como lógica primaria la acumulación y concentración? Él sabe que no. No es ingenuo. Lo suyo es, en realidad, una pregunta retórica. Una interrogación con forma de denuncia social.
Pero, ¿a quién le habla a través de Los invasores? ¿Cuál es su lector modelo? No es un detalle menor que la puesta en escena no se hiciera en espacios populares, de fácil acceso a las clases más desfavorecidas, sino en un contexto universitario y elitista, en un auditorio cuyas butacas eran utilizadas por la clase acomodada chilena. Quizá porque, en realidad, es a ella a quien se dirige la pieza. Su misión pareciera ser llamar la atención de la clase burguesa —o de lxs numerosxs Meyers que habitan el mundo— para convencerla de la necesidad de una repartición equitativa de los recursos que compense las injusticias sociales existentes.
El actor Willy Semler conversó en CNN Chile sobre la puesta en escena de 2012 de Los invasores.
Lo que siguió a esta obra de teatro de 1963 ya es sabido por todxs. Salvador Allende fue elegido presidente en 1970 y tres años después fue asesinado. Este magnicidio dio lugar a una dictadura militar extensa y sangrienta. Liderada por Augusto Pinochet, concluyó en 1990 y dejó profundas huellas en la sociedad chilena, al igual que sucedió en el resto de los países latinoamericanos.
¿Durante los años noventa se seguían percibiendo las consecuencias de este período autoritario? Es algo innegable. Con seguridad por esta causa Los invasores no volvió a ver la luz durante décadas. Recién en 2012, un elenco de notables la llevó a escena. Chile, en ocasiones, parece avanzar a pasos más lentos en comparación con otros países de la región. Es cierto. Pero aún así, son buenas las noticias. Sí, porque Chile sigue avanzando a pesar de todo.