En 1973, la editorial Doubleday le ofreció a Stephen King un adelanto por su novela Carrie. Dos mil quinientos dólares hacían la diferencia entre un escritor que se dedicaba a su oficio por las noches, luego del trabajo, y un autor consagrado que vendería millones de libros en el futuro. La historia recién empezaba.
Por eso, apenas recibió aquella llamada, King se entusiasmó. La esperaba hacía tiempo. Una oportunidad de dejar de escribir por pocos dólares para dedicarse en exclusivo a la escritura. Parecía ser el momento, la ocasión, el destino. Pero la alegría inicial mermó con rapidez cuando descubrió que Mario Puzzo había recibido nada más ni nada menos que cuatrocientos mil dólares por El padrino.
King había enviado la suya tiempo antes, casi sin expectativas. La había olvidado. Siguió luchando para que no faltara dinero en su casa y criando a sus hijos junto a Tabitha. Una oferta inesperada podía ilusionarlo. Claro. Era lógico. Pero aún en los años setenta, aquella cifra era modesta como adelanto por un manuscrito.
¿Podía decirse a sí mismo que se había convertido en un escritor profesional? Lo que rodeó a esa comunicación, terminó por ser anecdótico. Más allá de un origen menos promisorio —o, al menos, no tan prometedor como el de su colega—, no era un hecho menor que una editorial aceptara publicar una novela suya. Su primera historia. Había un comienzo. Con esa llamada, pese a todo, Stephen King se convirtió en el rey del terror.
¿Quién era Stephen King antes de Carrie?
De pequeño, King fue enfermizo y nómade. Lo primero, debido a enfermedades que lo atacaron y obligaron a pasar en reposo por largos períodos de tiempo. Lo segundo, por causa del caminar errático de su madre, quien no lograba echar raíces en ningún lado y, por momentos, lo dejaba junto a su hermano mayor, David, al cuidado de otros familiares. Un padre ausente y graves problemas financieros no eran un cóctel fácil de ingerir.
¿Qué podía hacer un niño en cama, durante meses? Aunque ya existía la televisión, por diversas razones el hogar King no contaba con el aparato, por lo cual la inactividad dio lugar al uso de la imaginación a través de la lectura —uno de sus preferidos fueron los relatos escalofriantes de Jack London—y la escritura. ¿Una curiosidad? Sus primeros cuentos estuvieron basados en películas que veía y en historietas que leía. Décadas después, serían sus novelas las que inspirarían a la televisión y al cine. Una auténtica ironía.
«Pensándolo bien, pertenezco a un grupo bastante selecto: el de la última promoción de novelistas norteamericanos que aprendieron a leer y escribir antes que a tragarse su ración diaria de basura visual».
Stephen King.
Fue su madre quien lo instó a escribir un cuento original. A ir más allá. Ella quería una historia que no partiera de algo ya narrado, sin importar el soporte o género. “Escribe uno tú”, le dijo. A cambio, le ofreció dinero. Veinticinco centavos de dólar por cada uno, un precio que cualquiera, durante la infancia, desearía. Y Stephen cumplió: escribió un cuento sobre animales mágicos que circulaban en un auto destartalado ayudando a los niños. Con éste y otros más que le siguieron, se ganó por primera vez un dólar con su oficio.
Durante su adolescencia, su vínculo con la literatura creció y se profundizó. También le trajo algunos problemas. ¿Podía esperarse algo diferente?
- Por esos años, comenzó a colgar de un gancho, arriba de su cama, las notas de rechazo de las revistas a las que enviaba sus relatos. ¿Un símbolo de fracaso? Quizá. ¿Un recordatorio de su pasión? Lo más probable,
- Trabajó para el diario escolar de su hermano, en el cual publicó sus historias. Ésas que quería ver publicadas.
- Creó, sólo por diversión, un periódico que parodiaba a los personajes de su escuela; la publicación circuló de manera clandestina hasta que las autoridades la descubrieron y castigaron a Stephen. Fue su despedida de la parodia como género.
Todo era escritura en la vida del futuro escritor. Lo evidenciaba su persistencia y su dedicación. Pero otra vez la influencia de su madre le marcaría el camino. Luego de egresar de la secundaria, Stephen King siguió su consejo: se tituló como maestro. Pudo hacerlo gracias a una beca de colaboración en la biblioteca de la Universidad de Maine. La idea era que esta profesión le funcionara como tabla salvadora, mientras seguía escribiendo sus historias cuando tenía tiempo. Porque eso era Stephen desde siempre: un narrador. Y su madre, pese a sus imposibilidades financieras y emocionales, y también de sus intenciones por cuidarlo de sus errores, lo supo como nadie. Incluso antes de Carrie.

El asunto es que no tuvo del todo razón, sobre todo en los primeros años. Cuando aquella noche King recibió la llamada transformadora, su vida distaba de ser ideal. Como maestro no encontraba vacante. Por esa razón, trabajaba en una lavandería. Se había casado con Tabitha, también escritora, a quien conoció en la universidad. En solo tres años, habían tenido dos hijos. Mantener la casa, hacer frente a las enfermedades ocasionales de Joe y Owen —sus descendientes—, escribir durante los pocos momentos que tenía libre. Esa fue la vida del escritor por varios años. Un desorden de privaciones, algunos dólares ganados con sus relatos y no mucho más.
¿Cuál habrá sido la clave del cambio de su vida? ¿Cómo lograría convertirse un aparente hombre común en un escritor prolífico y reconocido, con millones de libros vendidos en el mundo? Algunas de las razones se adivinan en su vida anterior, es cierto. Pero dejan de lado una circunstancia que contribuyó a que Stephen siguiera adelante a pesar de las presiones, como lo hizo en su infancia su madre, y que resultó determinante: el apoyo de Tabitha.
«Si ella, en algún momento, hubiera insinuado que escribir en el porche de nuestra casa de alquiler de Pond Street, o en el cuartito de lavar de la caravana de Klatt Road (también de alquiler), era perder el tiempo, creo que me habría quedado sin ánimos».
Stephen King.
Carrie: las historias verdaderas detrás de la historia
Mucha agua bajo el puente corrió antes de que Stephen King terminara su manuscrito y lo enviara a la editorial Doubleday. El proceso creativo había sido frenético y accidentado, con avances y retrocesos. Hasta agotador. También con giros del destino. Carrie apenas había podido sobrevivir. Era una novela que casi había muerto antes de nacer. Casi nada. Pero, con eso, le bastó. Se convirtió en la obra que mostraría al mundo el talento de King.
El primer atisbo de la historia se le apareció al escritor años antes, cuando debió limpiar el baño de mujeres del instituto de Brunswick. Tenía diecinueve o veinte años y trabajaba allí como conserje durante el verano. ¿La tarea? Simple, pero novedosa: limpiar las manchas de óxido de las duchas. Se trataba de un espacio que en nada se parecía al sanitario de hombres. Y ese descubrimiento lo impactó.
Pasó el tiempo. Un día, en el lavadero en el que trabajaba, regresó a él aquella singular imagen. Una imagen que lo había interpelado. Y disparó una escena inicial:
“(…) un grupo de niñas duchándose sin anillas, cortinas de plástico rosa ni intimidad, y una de ellas que empieza (sic) a tener la regla. Lo malo es que no sabe qué es, y las demás (asqueadas, horrorizadas, divertidas) empiezan a tirarle compresas”.
Stephen King.
Recordó, en paralelo, un artículo que había leído hacía tiempo. En él, se planteaba que los casos de poltergeist, en ocasiones, eran fenómenos de telequinesia. Más aún: el texto se arriesgaba a sostener que la gente más propensa a poseer esos poderes era la más joven, al inicio de la adolescencia, en su primera menstruación. Zas. Stephen King lo había encontrado. Dos ideas que formaban una tercera. Una idea distinta a las anteriores que, asociadas, parecían dar origen a una mejor. Así nació la novela.
Pero Carrie White no le cayó para nada simpática al escritor. Tampoco su historia. ¿Cuál era el mayor inconveniente? Le pareció difícil escribir sobre un universo que le era tan lejano como la adolescencia femenina. Y entonces lo dejó. Desechó las hojas escritas en la basura y siguió con su vida.
El destino quiso que las hallara Tabitha, las rescatara e incentivara a su pareja a continuar con el proyecto. Veía algo valioso en éste. Por eso le brindó a Stephen su conocimiento sobre la materia —no hacía tanto tiempo ella era también una persona como aquellas jóvenes—. Pero no fue suficiente. Hacía falta más para que el autor pudiera escribir una historia sobre alguien como Carrie. Quizá un halo de luz sobre ella. O una mirada piadosa.
¿Carrie existió? ¿La novela relata una historia real? Podría decirse que sí. También que no. ¿Por qué? Sin especificar nombres, King confesó que dos compañeras de la escuela secundaria le sirvieron de base y lo inspiraron para crear a Carrie.
- Una de ellas vivía con su madre y un perro en una casa rodante, cerca de su casa. Tenía voz rasposa y un cabello grasoso que se le pegaba en sus mejillas, invadidas por el acné. Era tímida y no tenía amigos. Por un trabajo que debió hacer cuando era adolescente en el interior de aquella vivienda, King pudo ver que en la sala descansaba un crucifijo de tamaño real con los ojos hacia arriba, como pidiendo piedad.
- La otra, asistía a la escuela siempre —en sentido literal— vestida de la misma manera: falda negra larga, calcetines negros hasta la rodilla y blusa blanca sin mangas. Tampoco tenía amigos.
En materia de burlas e insultos, estaban parejas. Y en cuestión de destino, también. La primera, murió joven por un ataque de epilepsia. La segunda, se suicidó.
El cine hizo tres versiones de la novela y de la figura de Carrie. La de Brian De Palma de 1976, según palabras de King, superó al libro. El personaje de ficción, que sufre de tormentos por parte de sus compañeros, se volvió un ícono popular. Con el paso del tiempo, y la toma de conciencia acerca del acoso escolar, también se la ha reinterpretado y colocado en otro lugar.
¿Existió Carrie, en definitiva? No como una persona concreta. Está claro. Pero sí como rol asignado a ciertas personas. O por ciertos momentos. O en ciertas circunstancias. Existe como arquetipo de la infelicidad. De hecho, Stephen King conoció a dos que lo encarnaban y que le sirvieron de inspiración para su primera gran obra, pero también para entender un poco a Carrie, aunque todavía hoy no le sea simpática. Y aunque haya sido él, en el pasado, uno de los que ocasionaron dolor a aquellas Carries de carne y hueso con las que se cruzó sin saberlo.