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Plata dulce, un filme para entender el plan de la dictadura

Publicada el 25/09/202425/09/2024 por Julieta Alegre

Plata dulce se estrenó en 1982, pero podría haberse estrenado ayer mismo por ciertos detalles de su trama, trágicamente vigentes. Son elementos tomados del orden de lo real, en apariencia sin conexión con otros momentos históricos, que ponen en marcha la acción ficcional. Pero hay más. Son los que, además, pueden dar las claves necesarias para entender por qué estamos como estamos. Y, sobre todo, qué olvidamos de nuestra historia para que ésta parezca cíclica, trágica y sin solución. Al menos hasta ahora.

Aunque se trata de una comedia paródica, sobre todo en lo que tiene que ver con la construcción de personajes, esta película —que puede verse de manera gratuita por CINE.AR— pone como contexto una serie de medidas económicas tomadas por la dictadura cívico-militar-eclesiástica, un gobierno ilegítimo que privilegió al sector financiero. Es decir, a unos pocos.

Federico Luppi y Julio de Grazia, protagonistas de Plata dulce.
Federico Luppi y Julio de Grazia, protagonistas de Plata dulce. Fuente: El liberal.

El plan desarrollado por el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, se parece al de muchos otros, más cercanos en el tiempo. Pero, sin embargo, la diferencia más evidente entre ellos radica en que, en aquel momento, se llevó adelante por la fuerza, en paralelo con torturas, desapariciones y hasta apropiación de menores. Así, a un río de sangre se le sumó una política económica que, con la llamada bicicleta financiera como protagonista, prometió falsamente bonanza por siempre.

En ese contexto histórico —el anclaje lo realiza la presentación de la película con imágenes del Mundial 78—, aparecen Carlos Bonifatti y Rubén Molinuevo, concuñados y socios de una Pyme. Ambos, con estrategias diferentes, tratarán de sobrevivir y aprovechar lo que el gobierno de facto llamó en ese entonces un mercado libre de dinero. Así, esta historia ficticia deja al descubierto lo perjudicial que resultó el programa que Martínez de Hoz pregonó a los cuatro vientos como un cambio de paradigma. Como personajes del orden de lo ficcional, Bonifatti y Molinuevo no están solos: representan a miles de argentinos de aquella época que, pese a las promesas de los militares, terminaron sin nada.

Dos concuñados de los 70 en busca de la «plata dulce»


El punto de partida de Plata dulce es un hecho histórico: la obtención del mundial de fútbol y los entusiastas festejos de lxs argentinxs. El clima festivo de esa época —fue la primera vez que Argentina era campeona del mundo en su deporte más popular— pareció envalentonar a la población y llenarla de esperanza. En ese entonces, el gobierno de facto ya hacía dos años que había puesto en ejecución lo que denominó Programa de recuperación, saneamiento y expansión de la economía argentina. Nuevos y buenos vientos parecían llegar con la dolarización y el achicamiento del estado. O, al menos, eso es lo que esperaba la mayoría.

En términos de lo real, la dictadura desplegó sus nuevas medidas como un logro, aunque éstas implicaron ajuste fiscal, liberación de los alquileres y los precios, aumento de las tarifas, devaluación del peso, congelamiento del salario y apertura económica. Además, prohibió la actividad sindical, el derecho a huelga y las paritarias. Al momento de anunciar los doce puntos que conformaron el plan, Martínez de Hoz utilizó la palabra libertad nueve veces. Casi como un mantra. O una plegaria. El problema radicó en que el único beneficiado de ese término sería el sector financiero, en detrimento de la industria nacional y de los trabajadores. El resto, afuera.

El historiador Felipe Pigna contextualiza la película Plata dulce en su programa. Fuente: TVP.

Los protagonistas de Plata dulce representan a ese sector, los pequeños empresarios. En medio de los festejos por el campeonato mundial, Bonifatti —interpretado por Federico Luppi— sufre por la crisis que atraviesa el país y que repercute en su fábrica de botiquines. Su socio —representado por Julio de Grazia— no parece acusar recibo: le alcanza para dar de comer a su familia y eso es suficiente. 

La discusión se resuelve con un encuentro fortuito entre Carlos y un viejo amigo, Arteche —Gianni Lunadei lo interpretó—, quien lo alienta a ir tras la vida de lujos que desea. Le siembra la semilla de que su sueño no solo es posible, sino también fácil de alcanzar. Pero para ello, Bonifatti debe convencer a su concuñado de vender el negocio. Algo que, hasta ese momento, parece imposible. Sin embargo, con el tiempo lo logra. Después de una negociación, la sociedad es disuelta y ambos siguen por caminos diferentes.

Carlos comienza a trabajar de inmediato para Arteche en un banco, rubricando los movimientos y decisiones turbias de la entidad. Con su nuevo puesto de trabajo su estilo de vida cambia. De pronto se muda a una casa más grande y lujosa. Autos caros, viajes a Miami, ropa de marca y artefactos electrónicos importados cierran una ecuación perfecta. Plata fácil, felicidad garantizada.

Federico Luppi habla sobre Plata dulce. Fuente: INCAA Argentina.

Rubén Molinuevo, en cambio, termina endeudado. ¿Por qué? Para comprar la parte de la Pyme que no es suya, toma un préstamo del banco que ahora dirige su concuñado. Pero su imposibilidad para cumplir con los pagos debido a lo mal que va el negocio lo lleva a deber una fortuna. Por ello decide vender todo e ingresar al sistema financiero con lo poco que le sobra. Se las arregla como puede; incluso viaja a Uruguayana para comprar alimentos más baratos con la intención de venderlos en la calle. Todo lo intenta. Pero, pese a sus esfuerzos, nada parece salir bien en medio de la crisis.

¿Es Bonifatti el malo de la película? ¿O es sólo parte de un engranaje, del cual no saca, en definitiva, grandes beneficios? Para saber cuál es el destino de ambos personajes es preciso ver la película hasta el final. Pero lo que sí queda claro desde el inicio es que el ahora banquero pareciera ser el fiel reflejo del típico chanta argentino que va en busca de la plata fácil aunque para ello tenga que moverse fuera de lo legal.  Y al que las personas que alimentaron su sueño a través de promesas inconsistentes, terminan por traicionar cuando la suerte cambia.

El diálogo entre la película y la dictadura militar


Además de la violación a los derechos humanos — incluso sobre personalidades como Héctor Oesterheld, autor de El eternauta, y el periodista Rodolfo Walsh — la dictadura tuvo su correlato en lo productivo. Quizá porque el horror que perpetró sobre los cuerpos y vidas de quienes etiquetó como enemigos es demasiado, el aspecto económico quedó en un segundo plano. Sin embargo, Plata dulce abre otro cuento. El filme resulta un testimonio —construido desde lo ficcional, pero con raíces en lo real— de lo que sucedió con la industria nacional cuando el país estuvo bajo el dominio de Videla y compañía. Uno más entre tantas películas sobre el tema. Pero, quizá, la primera.

Cuando la dictadura abandonó el poder, dejó una exorbitante deuda externa —el Banco Central estatizó en 1981 la deuda privada de grandes grupos empresarios— y un aparato productivo totalmente desmantelado. Las promesas de mayor libertad y de refundación del país quedaron como la antesala de una tragedia evitable. Lo peor: estas ideas volvieron con el tiempo como algo novedoso, décadas después. Varias veces más. Lo ya sabido: nunca funcionaron.

José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de economía de la última ditadura cívico-militar.
Martínez de Hoz, ministro de economía de la última ditadura cívico-militar. Fuente: El Economista.

Plata dulce no fue una película más cuando se estrenó: fue la tercera más vista durante 1982. Pero, además, de inmediato se convirtió en un producto audiovisual que —quedó claro desde el principio— dialoga de cerca con la historia argentina, casi en simultáneo con el desarrollo de los hechos políticos a los que se refiere. Con el tiempo, ha ido más allá. Se transformó en un clásico al cual recurrir cada vez que los espejitos de colores vuelven a entrar en juego a la hora de implementar recetas neoliberales que ya conocemos y que nunca están del lado del pueblo.

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Esta obra está licenciada bajo CC BY-NC-SA 4.0

Autores: Julieta Alegre y Nicolás Esquivel

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